Solidaridad | Miguel Ángel Gullón, op

 

“Se han hecho un becerro de oro y se han postrado ante él” (Ex 32, 8)

 La mayoría de los análisis de los sociólogos, politólogos, filósofos, economistas, etc., coinciden en afirmar que el neoliberalismo económico es un sistema injusto y desproporcionado. Tiende a satisfacer los deseos de unos pocos que se lucran, destinando los recursos a la producción de mercancías de lujo, en contra de unos muchos que ganan poco, que ven cómo escasean los productos de primera necesidad, consolidando y profundizando la desigualdad social que es inherente a su propio funcionamiento. La pobreza, la desigualdad y la exclusión, tanto en los países empobrecidos como en los países con abundancia de recursos materiales, son una pobreza, desigualdad y exclusión propias de este sistema. A pesar de todo sobrevive la esperanza y la utopía de una sociedad más fraterna; por eso Gustavo Gutiérrez advierte que «no basta señalar el despojo y la opresión en que viven las clases populares, es necesario ver que ellas crean las condiciones objetivas para que el pueblo inicie el camino de la lucha por sus derechos, por la toma de poder en una sociedad que se niega a reconocerlos como seres humanos. En esa lucha el pueblo va tomando conciencia de ser una clase social, sujeto activo de la revolución y de la construcción de una sociedad distinta»[1].

De este caldo de cultivo de injusticias sociales se plantea una fuerte y fundamentada crítica al desarrollismo, pues éste ha provocado una fuerte fractura en la sociedad, dejando a grandes mayorías bajo el umbral de la pobreza. Naciendo como una esperanza para los países empobrecidos se ha vuelto una pesadilla para tantas personas, familias y Comunidades que luchan cada día por alcanzar los derechos humanos más básicos. No obstante, los países empobrecidos toman conciencia cada vez más clara de que su subdesarrollo no es sino el subproducto del desarrollo de otros países debido al tipo de relación que mantienen actualmente con ellos. Su desarrollo no se hará sino luchando por romper la dominación que sobre ellos ejercen los países ricos enriquecidos.

Es preciso destacar que la conceptualización de la categoría «desarrollo» proviene del área de la economía dominante, que es capitalista y se rige por la competitividad y la demanda del mercado. Obedece a la férrea lógica de la maximización de los beneficios, la reducción al mínimo posible tanto de los costes como del tiempo empleado. En función de ello se agilizan todas las fuerzas productivas para, literalmente, extraer de la Tierra todo lo que es consumible y apropiarse de ello privadamente. Pero, como acertadamente expresa Benedicto XVI en Caritas in veritate: «no basta progresar sólo desde el punto de vista económico y tecnológico. El desarrollo necesita ser ante todo auténtico e integral. El salir del atraso económico, algo en sí mismo positivo, no soluciona la problemática compleja de la promoción del hombre, ni en los países protagonistas de estos adelantos, ni en los países económicamente ya desarrollados, ni en los que todavía son pobres, los cuales pueden sufrir, además de antiguas formas de explotación, las consecuencias negativas que se derivan de un crecimiento marcado por desviaciones y desequilibrios» (CV 23).

Jesús Espeja califica el modelo económico dominante con los siguientes términos: «un modelo desarrollista que no es de todo el hombre y por tanto tampoco para todos los hombres. Un desarrollo homicida porque mientras unos mueren de hambre porque no tienen pan, otros se ciegan con la fiebre posesiva y se deshumanizan pretendiendo llenar falsamente con sólo pan ese profundo anhelo de felicidad que a todos nos habita»[2]. Como consecuencia de esta realidad asistimos a un deterioro progresivo del planeta, pues son más numerosas las necesidades creadas a las que hay que satisfacer que los recursos que nos ofrece la naturaleza. Por su parte, Benedicto XVI sostiene justamente que «el desarrollo económico, social y político necesita, si quiere ser auténticamente humano, dar espacio al principio de gratuidad como expresión de fraternidad» (CV 34). ADH 858


[1] Gustavo GUTIÉRREZ, La fuerza histórica de los pobres, Salamanca 1982, p. 120.

[2] J. ESPEJA, Huellas con futuro en algunos signos de nuestro tiempo, Bilbao 2013, p. 62.

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