En Radio Seybo andamos conmocionados, como el resto del país, con el asesinato de Liz María Sánchez. Cada día que pasa sin encontrar su cuerpo, las declaraciones de la familia y lo que se va conociendo del violador y asesino de la pequeña, parece que la tragedia se hace más grande y nuestros corazones se van encogiendo.
Casos como el de Liz María, nos hace pensar en situaciones extraordinarias, en crímenes horribles en manos de enfermos mentales que nada tienen que ver con el día a día de nuestros pequeños y pequeñas. Pero, desgraciadamente, la realidad es aún más devastadora que la violencia de este caso concreto.
Se nos encoge el corazón de pensar en el sufrimiento de Liz, ampliar la mirada y ser conscientes de la violencia que sufren niños, niñas y adolescentes en nuestro país (y en el mundo), nos deja sin aliento. Sobre todo, cuando lo que nos dice la realidad es que el caso de Liz María es una excepción y la mayor parte de la violencia y abusos que sufren niños y niñas no es a manos de extraños y enfermos mentales, sino de familiares y personas sin ninguna patología psiquiátrica.
Según datos de un informe de UNICEF publicado en 2017, 300 millones de niños y niñas de entre 2 a 4 años en todo el mundo (hablamos de 3 de cada 4 en este rango de edad) son habitualmente víctimas de algún tipo de disciplina violenta por parte de sus padres o cuidadores: bofetadas, insultos, quemaduras, empujones, abuso sexual, explotación…la lista es larga. Si hablamos de abuso sexual, frente a las ideas preconcebidas de que los abusos sexuales son perpetrados por un desconocido en un callejón oscuro, los hechos nos dicen que, a nivel mundial, 9 de cada 10 chicas que han sufrido relaciones sexuales por la fuerza dicen haber sido víctimas por parte de alguien cercano o conocido por ellas.
En nuestro país, UNICEF también nos advierte de que “la violencia física y psicológica ocurre de manera extendida en los hogares dominicanos, no importa cuál sea la condición económica”.
Ante todo esto nos surgen muchas preguntas para las que probablemente haya más de una respuesta: ¿por qué?, ¿qué hacer?, ¿cómo evitarlo?
Para responder al por qué, no nos queda más remedio que echar un vistazo a nuestra sociedad, una sociedad que basa el valor en lo que cada cosa, persona y la propia naturaleza puede producir. Ante esto la infancia y la adolescencia poco tienen que aportar (a no ser que se pueda sacar algo mediante su explotación laboral y sexual). Vivimos en una sociedad que mira a la infancia como “proyecto” de seres humanos, como “seres en construcción”, como si para ser sujeto de derechos necesitaran llegar a la edad adulta, trabajar y aportar a la sociedad lo que hasta ese momento han recibido “gratis”. Mientras nuestra mirada siga siendo la de la utilidad los niños y niñas, las personas con alguna discapacidad, las enfermas, las de “fuera del marco” seguirán siendo ciudadanos y ciudadanas de segunda. Mientras no asumamos la responsabilidad de proteger la infancia simplemente porque es nuestro deber y es su derecho, porque son nuestro futuro y nuestra posibilidad, seguiremos teniendo sociedades en las que niños, niñas y adolescentes crecerán rodeados de violencia, donde el abuso sea parte de su desarrollo.
Si responder al por qué es difícil el que hacer se presenta, aunque más complicado. Por supuesto contar con leyes y sistemas que protegen a la infancia y castiguen a quien atenta contra ella; educar a la sociedad en el amor y el respeto que debemos a los seres que se encuentran en esa etapa de la vida; pero sobretodo crear entornos protectores, entornos donde los niños y niñas puedan sentirse seguros, empezando por nuestras casas y extendiéndolo a cada espacio de nuestra sociedad (escuelas, centros de ocio, calles, etc.).
Ojalá que ninguna otra noticia como la de Liz María volviera a llenar portadas de periódicos y espacios en los medios de comunicación. Desde aquí le mandamos un abrazo de ánimo y cariño a sus familiares y a todas las personas que la conocían.